
La emoción no es el destino.
Es el origen.
Antes que la forma, el ritmo o la armonía, está lo que sentimos.
Ese impulso sutil.
Ese temblor interior que pide ser música.
No compongo para entretener.
Ni para llenar de notas el silencio.
Compongo para entender lo que no tiene palabras.
Para transformar lo invisible en algo que se pueda oír… y quizá, sentir.